domingo, 11 de octubre de 2020

EL SANITARIO

 Por M. Magdalena Sabella

Ilustraciones de Natalia Leticia Szücs

 


                Aquel viernes el hombre decidió terminar de una vez por todas con la bendita pérdida de agua de ese inodoro. A pesar de haber tenido una ardua jornada de trabajo, consideró que no pasaría de esa noche la reparación del sanitario que llevaba meses goteando.

                Estimulado con la idea de acabar finalmente con aquel sonido imperceptible pero pertinaz, comenzó su “epopeya” seleccionando y recolectando los materiales que pudieran servirle para la tarea. No había mucho para aprovechar en una casa donde no existía una mínima caja de herramientas sin embargo su obstinación pudo más que la ausencia de elementos apropiados. Un cuchillo de cocina haría las veces de destornillador y la propia mano actuaría como pinza gruesa o fina. Al fin y al cabo sólo se trataba de abrir la tapa del depósito, meter la mano y mover alguna pieza (tal como había observado hacer a algún plomero) que ajustara el mecanismo en cuestión. Todo parecía tan sencillo que ni siquiera ameritaba el gasto que implicaría el llamado a un experto en el tema.

                Mientras quitaba la tapa del depósito de agua con su improvisado destornillador, pensaba por qué habría demorado tanto tiempo en solucionar el desperfecto.

Realmente fue muy fácil la primera etapa del proceso: los tornillos no estaban muy ajustados y el cuchillo los hacía girar como si para eso hubiera sido diseñado. Todo marchaba bien hasta que la tapa blanca fue retirada. El agujero que se dejó ver detrás, se asemejaba más a la puerta de un túnel secreto que al depósito de agua de un sanitario.

 -¡Qué fantasía!- Pensó el hombre mientras introducía la mano en el hueco e intentaba cortar la pérdida de agua. -¡Ajá!- dijo de repente con satisfacción- Es necesario comprar un flotador nuevo.

Entusiasmado con su descubrimiento salió del baño, tomó las llaves, la billetera y se dirigió a la ferretería más cercana. La que estaba a la vuelta ya había cerrado, pero encontró una en la cuadra siguiente donde lo atendieron antes de bajar la persiana metálica. En el camino de regreso pensó: Espero no necesitar más repuestos.

Estaba ansioso, quedaba poco para terminar y el hambre ya empezaba a picarle el estómago. En pocos minutos ya estaba de vuelta en casa, retiró la vieja pieza y colocó su nueva adquisición.

Algo falló en el proceso, quizás la ansiedad, quizás el vacío estomacal o la falta de práctica en el asunto. El resultado fue que los tornillos fueron a parar al fondo del depósito.

Sin preocuparse demasiado por el primer contratiempo de la noche, intentó alcanzarlos con la mano pero no pudo. Le pareció raro ya que la profundidad del depósito no podía ser mayor que la medida de su brazo extendido. Tal vez habían rodado y se encontraban en algún recoveco… Se ayudó con una cuchara recorriendo en forma circular los costados del depósito. La sensación fue mas extraña aún pues el depósito parecía no tener una base definida ¿Por qué no llegaba a tocar el fondo con la cuchara?

En ese momento le pareció tocar algo con la punta del utensilio, lo giró para levantar el objeto y en ese instante perdió la cuchara. Ahora sí se sintió molesto, la tarea estaba complicándose por un contratiempo tan estúpido. Si hubiera sido más temprano habría ido a comprar más tornillos, pero a aquella hora quedaba claro que ya no encontraría un lugar abierto. Aun así reflexionó: con el cucharón de madera, más largo y de material flotante, podría extraer la cuchara de metal y los tornillos.

Tampoco sirvió este elemento. Y ahí comenzó el desfile de objetos, de la variedad más amplia que pueda imaginarse, que fue introduciendo en el abismo de aquel depósito sin que ninguno permitiera extraer los tornillos. No solamente los objetos brillaban por su inutilidad sino que indefectiblemente  todos y cada uno de ellos se iban perdiendo en las profundidades de aquel misterioso depósito.

La desesperación iba apoderándose del hombre. Fue entonces cuando decidió subirse al inodoro y observar con sus propios ojos el interior de aquel hueco maldito.

¡NUNCA DEBIERA HABERLO HECHO! Una impresionante fuerza de succión lo arrastró hacia dentro del depósito. Encontró la cuchara, los tornillos, la espátula, la palita y todos los objetos que había introducido en el agujero. Pero no pudo volver a salir.

Nadie volvió a verlo. La policía lo dio por desaparecido. En el departamento encontraron los cajones de la cocina revueltos y en el baño el hueco del depósito abierto.

 

Los nuevos inquilinos están muy contentos, aunque en la quietud de la noche a veces escuchan ruidos molestos provenientes de las cañerías. Especialmente en las cañerías del baño principal, el que tiene el depósito de agua empotrado en la pared.

“Es como si hubiese algo atascado en el trayecto”, les dijo el plomero, “de todos modos la presión y la circulación de agua es buena, no tienen de qué preocuparse”.



       

                     

 

                                                              

10 comentarios:

  1. Super!!! Puede tener varios capítulos más... como ir a buscar el repuesto y ninguno coincida con el modelo exacto...peripecias del hogar!!!

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  2. Si no hubiera leído el final hubierA Sido autobiográfico de Carlos Es tal cual le pasó a el Acá termino viniendo.un vecino

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    1. Jaja quien no tiene alguna historia de plomero frustrado en su vida!

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  3. Me recuerda ciertas experiencias vividas jaja. Muy bueno!!

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  4. Muy bueno! Inesperado e inquietante desenlace!!!! Jajaaaa ma

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  5. Me encantó!!! Quedo en otra dimensión...?

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