Por M. Magdalena Sabella
Ilustraciones de Natalia Leticia Szücs
Los
abuelos de Martín fueron a buscarlo para ir a la plaza. La mamá ya le había
preparado una bolsa con baldes y palas para jugar en el arenero. Pero él solo
quería llevar su camión con volquete, porque ese era su juguete preferido.
Durante todo
el día se la pasaba dando vueltas por la casa empujando el camión: recorría la
cocina, pasaba al comedor, después se metía en la pieza de sus papás y
terminaba con un fuerte choque contra el canasto de los juguetes. El papá decía
que ese camión tenía más kilómetros recorridos que los micros que van a la
playa. La tía Ana se lo había regalado para su cumpleaños número dos. Era de
color azul con el volquete verde brillante. Podía ir hacia adelante, hacia
atrás, doblar en las curvas y frenar justo delante del jarrón de vidrio finito
y alto de mamá.
Esa tarde lo
quería llevar al parque a toda costa. Seguro que si lo acompañaba la mamá, ella
no lo dejaba; pero con los abuelos era distinto. El abuelo le ató un piolín y le propuso arrastrar el camión hasta la plaza
tirando del hilito.
Los tres
salieron a la calle y apenas pisaron la vereda la abuela dijo:
-¡Qué frío hace!
Mejor voy a buscar las camperas. Enseguida vuelvo.
Mientras
esperaban, el abuelo se puso a charlar con el encargado del edificio. Martín
estaba aburridísimo. Se sentó en un escalón, se paró, se sentó de nuevo y se
puso a jugar con el camión en la vereda. Lo empujaba fuerte y lo dejaba
avanzar. Una y otra vez iba a buscarlo y repetía el juego.
En uno de los
tantos empujones, el camión en lugar de detenerse continuó avanzando por la
vereda. Martín no entendía nada. ¿Cómo podía andar solo si no tenía pilas?
Por las dudas,
decidió seguirlo. Primero iba caminando detrás. Después tuvo que acelerar. Corrió esperando
que el camión frenara. Pero
no, siguió y siguió hasta llegar a la plaza. Subió como una topadora por el
pasto y detuvo el motor al lado del ombú.
Martín observó sorprendido que llegaba una
excavadora negra y amarilla (atrás venía corriendo un chico rubio). La
excavadora empezó a hacer más profundo el pozo. Mientras tanto apareció un
camión con pala (el dueño también venía detrás). La pala mecánica empezó a
juntar la tierra, luego la colocaba en el camión de Martín.
Hicieron un
pozo gigante. El guardia de seguridad del parque se acercó y dijo:
-¡No se puede
hacer pozos tan profundos! Alguien podría caerse en el agujero.
Cuando el volquete estuvo lleno, el camión se puso en marcha de nuevo. Bajó la lomada de pasto que separaba la plaza de la vereda y emprendió el viaje de regreso. El camión iba adelante y Martín atrás agarrado del piolín para no perder el camino. El abuelo todavía charlaba con el encargado. La abuela salía de la casa con las camperas en la mano.
-¡Martín!-gritó
la abuela-. ¿Qué vas a hacer con toda esa tierra? Si tu mamá la ve te va a
retar.
-No importa- le
dijo Martín-. El camión sabe ir solo a
la plaza, si mamá se enoja lo podemos mandar a devolver la tierra.
La abuela lo
miró con cara rara.
-¿Qué decís?
¿Cómo va a ir solo al parque un juguete? Mejor lo llevamos nosotros y de paso
jugas un rato en el arenero.
Los abuelos
no podían ni imaginarse la aventura del volquete. Para ellos, todo el tiempo
Martín había estado sentado en el escalón. Él no les contó nada. Su historia
era solamente suya, tal vez podría repetirse otro día, la próxima vez que lo
vinieran a buscar para ir a pasear.
La imaginación de los chicos prevalece sobre su realidad.Y el camioncito tuvo fuerza propia...
ResponderBorrarLindo, Magda!
Gracias Chuni!!!!
ResponderBorrarYa sé es tarde, pero el cuento de Martin y su camión logró al fin que Feli se duerma.
ResponderBorrarExcelente!!!!! Abrazo a las dos!
BorrarCuánta imaginación! Felicitaciones!
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