sábado, 29 de agosto de 2020

MARIANA Y LA BRUJA

Por Magdalena Sabella. 

Ilustración de Natalia Szücs

             -Mariana, es hora de irse a la cama- dijo la mamá-. Mañana no vas a poder levantarte.

La nena se lavó los dientes, le dio el beso de las buenas noches al papá, a la mamá, a la perrita y se fue a la cama.

Apenas se acostó sintió que tenía muchísima sed. No podía dormirse si no tomaba un vaso de agua.  La mamá protestó:

-¿Cómo puede ser que tengas tanta sed? ¿No tomaste agua durante la cena?

Después le dieron ganas de ir al baño así que se levantó otra vez. Se volvió rapidito a la cama para que nadie la retara. Sin embargo, cuando llegó recordó que tenía que decirle algo importantísimo al papá. Estuvo un rato largo llamándolo para que viniera. Él tardó un poco en responder y cuando finalmente preguntó qué necesitaba, ella ya se había olvidado eso que era tan importante. A los cinco minutos se acordó:

-¡Me falta mi oso Carozo!

El papá buscó al oso, se lo dio y le propuso leerle un cuento para que le viniera el sueño. Ella quería un cuento largo. Él quería uno cortito y terminaron eligiendo uno mediano que para ella resultó poca cosa. Por eso, cuando finalizó le pidió otro. Él ya estaba cansado y también un poco enojado. Así que la tapó, le acomodó la frazada y apagó el velador.

-¡No!- gritó Mariana-.¡Está muy oscuro! ¿Podemos dejar la luz del baño prendida?

El papá prendió la del pasillo y le dijo que si no se dormía rápido apagaba esa luz y todas las de la casa porque ya era muy tarde y él también se iba a dormir.

Ella se abrazó  bien fuerte a su oso.  El sueño no venía. Abrió los ojos y trató de ver en la oscuridad. No se veía nada.  Se puso a pensar en sus papás, en sus amigos. Hoy se había peleado con Lara en la escuela porque le había contado que las brujas duermen debajo de las camas. Mariana había dicho que no. Que sí, que no, que sí, que no. Después la maestra llamó a todos los chicos  y las dos nenas se olvidaron del asunto.  Ahora, en la oscuridad de la habitación le pareció escuchar a alguien debajo de su cama. ¿Y si era una bruja?

Por las dudas se tapó con las sábanas y se quedó quieta  como una estatua. Se mantuvo un rato así y no volvió a escuchar ningún ruido. De pronto tuvo frío, estiró su frazada y pensó: si hay una bruja debajo de la cama, ¿tendrá frío?

A Mariana siempre la arropaba su papá. ¿Y a las brujas? ¿Quién las tapaba? Después  acomodó su almohada. ¿Usarían almohada las brujas? ¿Cómo saberlo? La única forma de averiguarlo era espiar debajo de la cama, despacito y en silencio para que nadie lo notara.

Se inclinó por adelante. No había nada. Luego por atrás, tampoco. Finalmente por el centro... ¡Ahí estaba! No tenía almohada ni abrigo. Parecía que tiritaba. Llevaba un gorro puntiagudo y cara de  asustada, tal vez porque la habían descubierto. En la mano tenía una varita mágica, igual a las que usan las hadas.  

A Mariana le dio pena. La bruja o hada o lo que fuera, estaba hecha un ovillo de tanto que se había enroscado para no sentir la helada de la mañana.

Por eso le prestó un almohadón y al ratito también le alcanzó un abrigo.

         Desde ese día, en la casa todos duermen cómodos y abrigados, incluso la bruja.




2 comentarios:

  1. Ternura e imaginación. Y un final como para aplacar los temores de los más pequeñitos.
    Gracias, Magdalena!

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  2. Magda que belleza de cuento! Lo empecé a leer con mi peque y él terminó leyéndomelo a mí ♡ Gracias por compartirlo y por brindarme este momento tan lindo! Cariños!

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